Dos días entre trincheras
Por: Marc Balagué
Dos días fueron suficientes para entender la filosofía del Ejército Español, y digo entender, porque es a lo máximo que aspiramos durante esta estadía. No había más tiempo, tampoco era el objetivo, pero lo hicimos, entramos donde no entra nadie para tratar de comprender y luego contar. Sentir en carne propia lo que vive un soldado en la guerra, es, como poco, impactante.
Foto: Karina Santos
La función final del ejército es una y simple: ganar guerras, nos contaba el comandante Vich recién entrados en la sala de reuniones del cuartel del Bruch. Emplazamiento ubicado en la zona alta de Barcelona, lugar donde aprendimos los básicos para emular una entrada en combate al día siguiente.
Algo nos quedó clarísimo: la guerra no es un juego, tampoco un espacio para agrandar el ego. Es una lucha feroz entre dos bandos. Es fácil caer en la trampa de pensar que la guerra es un caos, de hecho, en parte, lo es. Pero hay reglas, muchas reglas, y hay que conocerlas bien. Eso fue precisamente lo que vinimos a hacer, instruirnos en las reglas del juego para movernos en un ambiente de conflicto. No es lo mismo un coronel que un comandante, tampoco tienen las mismas funciones un sargento que un teniente. Ser conocedor de estas diferencias, y otras muchas, nos da las pautas para saber con quién hay que hablar en cada momento, quién tiene la información que necesitamos cuando la necesitamos y donde hay que ubicarse para que no te quiten la vida.
El combate recuerda a una partida de ajedrez: cada bando se asigna un color, uno representa a las blancas y el otro a las negras. En esta ecuación el periodista sería el árbitro, actor omnipresente que sabe en todo momento como evoluciona la partida, quien domina. Es el que informa y el que discierne, un actor secundario trascendental.
El primer día fue sofocante, años de entrenamiento y formación de un soldado concentrados en un solo día, pero fue necesario e instructivo, estábamos listos. En la segunda jornada realizaríamos la cobertura de una ofensiva. Todo empezó muy temprano, los militares de la base general Álvarez de Castro esperaban nuestra llegada, se palpaban los nervios.
El potente viento ampurdanés no daba tregua, la radiación solar se filtraba por los agujeros del casco militar y ya estábamos allí, preparados para entrar en acción. Saltamos dentro de los pizarros, los carros de combate de toda la vida que conocemos como tanques, para lanzar de inmediato la ofensiva y liberar a dos altos cargos del gobierno que los enemigos habían capturado.
Ellos, el “enemigo”, debían de defenderse de nuestro ataque para que los presos no cambiaran de manos. Hubo heridos pero no muertos, claro que era una simulación y no la guerra pero en algunos momentos parecía real. Entraron los médicos y las ambulancias: era importante entender qué pasaba cuando había un herido de gravedad.
Foto: Karina Santos
Lo primero era terminar con la misión, en medio del combate no hay asistencia sanitaria ni evacuación, porque a veces salvar la vida de uno implica perder la vida de los demás. Cuando la misión finaliza o se calman las aguas, entonces se atiende
a los heridos. Finalmente, la maniobra concluyó con éxito y los diplomáticos fueron liberados.
Después de dos jornadas extenuantes como periodistas de guerra, llegó la hora de descansar. Como último acto del día, tocaba lo más sabroso, la comida. No revelaremos mucho sobre este tema porque es lo que viene a continuación ¿nos acompañas?